Queda claro desde nuestros primeros pasos en Masonería, que el silencio es un elemento fundamental en el trabajo del Aprendiz. Sin embargo, a partir de los siguientes grados, levantada ya la ley del silencio sobre el Masón, es fácil que olvidemos su utilidad y descuidemos el valor de las palabras y de la palabra bien dicha. La circulación de la palabra entre columnas no obliga a la intervención, sino que es en primer lugar una invitación a la reflexión sobre el trabajo ajeno que acaba de ser escuchado y en segundo lugar, una exhortación a la adopción de ese conocimiento. La participación en Logia es necesaria para la construcción de nuestro edifico y para el Progreso de la Humanidad; pero no debe nacer del impulso de necesitar o creer que es necesario tomar la palabra, sino de la misma práctica especulativa que posibilita al Masón la ejecución de sus trazados.

El silencio masónico no se reduce exclusivamente a la privación del habla, sino que va más allá llevando a la ausencia de ruido, de ese ruido mental que nos acecha constantemente en nuestra existencia profana. Ese silencio mental es la herramienta fundamental que nos permite como Masones, hacer introspección y conocernos a nosotros mismos con el objetivo de trabajar correctamente nuestra piedra bruta. La consiguiente observación del trabajo en Logia es también clave para el progreso de los Hermanos Aprendices; no en vano, la propia observación y la imitación han sido elementales en nuestra evolución como especie.

Es por ello que esto que al inicio de nuestro camino en Masonería es un deber, encuentro útil convertirlo en un espacio seguro al que acudir de manera regular en nuestras horas de trabajo masónico y también una práctica que entiendo necesaria trasladar fuera del Templo.

Este silencio y todos sus matices y acciones derivadas (escucha activa, reflexión, búsqueda de perspectivas, adopción de nuevos conocimientos, etc), son fieles consejeros de la práctica masónica. En mi experiencia personal, el silencio se ha convertido en mi herramienta más preciada acompañándome desde el inicio de mi andadura iniciática.

El silencio debe ser a mi entender, el punto de partida de todo trabajo (bien sea profano o masónico); porque callando, aquietando la mente adquirimos nuevos conocimientos, observamos la pericia de otros, imitamos conductas, reflexionamos sobre obras ajenas, adoptamos comportamientos, sopesamos acciones, palabras… nos conocemos a nosotros mismos y desbastamos, tallamos y pulimos nuestra piedra bruta… construimos un templo al Progreso de la Humanidad.

He dicho, hna:. Eurídice.

Al Or:. de Gijón a un día de Marzo de 6019 e:.l:.